Se le reclama mayor transparencia al deporte. ¿Es eso posible en un mundo donde el fraude es una estrategia consensuada? Algunos ejemplos de distintas disciplinas indican que hay problemas de fondo que no solo tienen que ver con las apuestas deportivas.

La cantidad de alertas por amaño deportivo bajó el año pasado.
Fraude en el deporte: el estado de la cuestión
Las autoridades del deporte están cada vez más abocadas a combatir los amaños: equipos de investigación, relevamientos digitales, citaciones a jugadores, de todo se ha visto en los últimos años alrededor del mundo.
Es una preocupación, además, en la que coinciden tanto las entidades de control de juego como las casas de apuestas deportivas. Para todas las partes es imprescindible mantener una imagen de transparencia. Es lo que sostiene sus respectivos negocios, ya sea el deporte o las apuestas vinculadas a los resultados.
En efecto, según la agencia especializada Sportradar, en el 2024 se registró un 17% menos de alertas por amaños de partidos que el año anterior. Fueron 1.108 partidos de diferentes disciplinas, de entre más de 850.000 observados.
Sin embargo, en paralelo se han multiplicado los escándalos en el deporte de elite relacionados con apuestas ilegales. Nunca antes ha habido tantos futbolistas de las principales ligas apuntados por amaños: Kike Salas en LaLiga, Lucas Paquetá y Sandro Tonali en la Premier League, Nicola Fagioli en la Serie A…
Asimismo, en tanto las apuestas deportivas se vuelven legales en más países, los Estados van modernizando sus instituciones para seguir el contacto del sector con los clubes. Por ejemplo, Brasil estableció una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) en el Senado para analizar la cuestión.
En España incluso las fuerzas de seguridad tienen un área a cargo: Centro Nacional Policial para la Integridad en el Deporte y las Apuestas (Cenpida). Esta agencia detectó un radar de 2,40 metros de diámetro con el que percibían señales por adelantado del Mundial de Catar 2022.
Tenis, un caso de estudio
En cada reporte de la Asociación Internacional por la Integridad de Apuestas (IBIA) se percibe que, además del fútbol, el otro deporte más problemático es el tenis. Está claro que es más fácil organizar un fraude cuando hay un solo deportista por lado que cuando se trata de equipos completos.
Pero hay algo más. El tenis es un deporte muy marcado por la desigualdad de salarios. Tenistas españoles como David Marrero, Pedro Martínez y Rubén Ramírez Hidalgo ha expresado disconformidad por la diferencia de oportunidades entre los principales del ranking y los de abajo.
En la misma línea, Roberto Carballés, cuando estaba en el puesto 110, afirmaba que los torneos estaban orientados al top 100. Solo una elite es capaz de viajar por el mundo con un entrenador y algunos acompañantes, teniendo en cuenta los requisitos de entrenamiento y alimentación de un deportista profesional.
Según el programa “Baseline” de la Asociación de Tenis Profesional (ATP), lo 100 primeros del ranking tendrán un piso anual de US$300.000; del 101 al 175, US$150.000, y del 176 al 250 de US$75.000.
Para muchos tenistas y profesionales del deporte, con brechas salariales tan grandes se vuelva más fácil la posibilidad de comprar a los rivales. Es extraño pero matemáticamente real: los premios por ganar partidos pueden ser inferiores al estímulo económico que propongan los rivales.
Incentivos para ganar, incentivos para perder
El caso del tenis se puede extrapolar a otros deportes, con el ejemplo saliente del fútbol, donde el dinero es el significante amo. Se trata de una disciplina que mueve volúmenes tan altos que nadie está libre de dudas sobre la transparencia total de los torneos.
De cualquier manera, el asunto de los incentivos representa una zona gris. Definitivamente ningún reglamento habilita que un equipo le pague a otro por dejarse ganar, pero hay lugar para que los privados otorguen sumas por cumplir metas. Por ejemplo, las casas de apuestas, principales patrocinadores del fútbol.
Hay un hecho curioso en el fútbol argentino que habla de los patrocinios. En la fecha 19 del Torneo Inicial del 2014 por la liga argentina, River Plate buscaba una victoria para ser campeón de local ante el Club Atlético Quilmes. Cuando los visitantes salían al campo una frase quedó registrada.
“Vamos, vamos, eh —dijo uno de los referentes del club “cervecero”—, a comprarse el auto, eh”.
¿Qué quiso decir con eso? ¿Algún privado les había prometido un premio por ganar? ¿O quizás por perder?Lo cierto es que el partido terminó 5 a 0 y no hubo dudas desde lo deportivo, pero la frase nunca quedó resuelta.
El reglamento de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) prohíbe que existan estímulos de un club para perjudicar a un tercero, por considerarlo una práctica de mala fe. No se dice nada, empero, de otros casos de incentivos.
En torneos como la Copa del Rey, la FA Cup o la Copa Argentina, caracterizadas por el cruce de equipos de niveles muy dispares, nunca dejan de surgir algunas sospechas. Está claro que los candidatos son los clubes de primera división, ¿pero cuánto le serviría a un operador de apuestas asegurarse de que se dé la lógica?
Algunas cuestiones de fondo
Actualmente varios teóricos opinan que la desigualdad es o puede ser algo deseable en el desarrollo de una sociedad. En el caso del deporte, indudablemente la asimetría extrema de oportunidades no ha dado un mejor escenario, sino uno mucho menos íntegro.
Que otra cosa se puede esperar sino el fraude de un negocio con semejantes características, en el que a los patrocinadores les sale un vuelto comprarse a un equipo de mediana categoría; en el que las metas están exclusivamente vinculadas a la acumulación de capital; en el que la superioridad de presupuesto involucra una superioridad absoluta.
En suma, prácticamente un reflejo del mundo moderno, donde el fraude también es moneda cada vez más corriente. Quizás la clave para ganar integridad no esté en generar más entidades de control, sino en cambiar la lógica del juego.